En momentos como ese es que uno desconoce si sentirse bien o no de ser un simple humano. Porque solo somos eso: simpleza. Un simple número, un simple trabajador, un simple gasto, un simple voto... No se preocupan de nosotros como nosotros por nuestras mascotas. Podemos sentirnos abrumados ante aterradora realidad, pero está la parte buena: no somos gatos, no dependemos de ellos. Somos personas, humanos, sentimos, pensamos, vivimos y morimos con esperanzas y sueños que podemos cumplir.
Mientras el gato duerme me siento afortunado de ser lo que soy. Me siento afortunado de saber que cada vez que suena mi despertador tengo la oportunidad (y la responsabilidad) de tener una vida diferente. Cada vez que Dios me regala un nuevo día puedo tener la certeza que no respiro por un acto reflejo. Inspiro para seguir peleando mientras mi gato... duerme.
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