lunes, 22 de abril de 2013

La extrañeza de los sucesos

Para Camilo la vida transcurría como un delirio. Como una extraña ruleta que seguía en un eterno ciclo. Se sentía un monigote de los designios de un ser infame, lejano y perdido en el espacio. Un ser que sin brújula escribe los destinos de los hombres que solo esperan por un día, una hora o un segundo más de beneplácito de ese guionista, de ese mal autor con el poder de matarlos o de engrandecer sus vidas.

Camilo ya no esperaba nada. Ya no le importaba el guión de una película en la que no era protagonista. Esperaba un pasar de bajo perfil, una vida subterránea, alejada de las luces, del protagonismo, incluso, lejana a la felicidad. Se autocomplacía al pensar que había logrado el objetivo de ser solo uno más: desapercibido, solitario, un errante por el mundo lleno de zozobras. Cada día, a cada hora, a cada paso esfumaba de su mente la esperanza de una vida plena. 

Llamas. El fuego emerge sin tregua para abrasarlo todo. El llanto impotente de la madre de Camilo rompe el corazón de los que rodean la escena. La mujer de baja estatura llora enrollada en sí misma sin poder detenerse. Camilo, con su delgado cuerpo, apenas puede abrazarla.El fuego se lleva la vida de su pequeño sobrino. La abuela grita desgarrada. Camilo retiene el gemido que lo ahoga por dentro. Mira al cielo pidiendo una respuesta que no encuentra. Trata de decir una plegaria, pero en el fondo, cree que todo es inútil. Sollozos. Tragedia y las dudas propias de la muerte. Camilo abraza a su madre mientras los bomberos apagan el fuego de la precaria casa. La madre del niño contempla la escena borracha. Aún llena de alcohol sabe de su culpa y llora la muerte de su hijo. Camilo mira a la mujer borracha. Observa sus ojos negros llenos de lágrimas y solo siente odio. Contra ella. Contra Dios. Contra el mundo por no poder explicarle lo extraños y crueles que son los sucesos.