Un café bastaba. El mirar ese rostro que aparentaba menos edad de la real y regalarse miradas era el regalo más simple, pero más valioso del mundo. Sus ojos no se mentían, sino que caminaban juntos dentro de sus almas, se hablaban, abrían sus vidas mientras el café cargado va acabándose. Solo confianza, entrega, verdad.
Las tazas vacías solo hablan de una amistad naciente que parece estar construida desde el principio de los tiempos. El café se acaba como signo de un cariño que avanza y de miradas que se exploran en la aventura de los dominios de un secreto.